07 febrero 2006

Deliras



Mi cabeza vuelve a sentir el frío del cristal. El pelo, la ropa, mi piel, todo está arrugado y demasiado caliente. Apoyo las rodillas en el asiento de delante, tratando de encontrar una postura cómoda. Imposible . No deja de mirarme. Fuera no se percibe más que oscuridad, se intuye un frío gélido y penetrante, las gotas de lluvia se apresuran por dejar este autobús maldito, resbalando por el cristal que retumba en mi cabeza, al compás del traqueteo de este cacharro, demasiado viejo para un trayecto tan largo. Y no deja de mirarme. Seis horas atravesando este árido país, igual de monótono por el día que por la noche, ..., pero debería estar contento, dejo atrás todo lo que odio, incluso a mí mismo. sobre todo a mí mismo. Sin embargo este viaje parece a un lugar imaginario, como si saliéramos de este mundo para entrar en un Macondo siniestro. Y me mira, me mira, me mira...

- ¡Paramos un cuarto de hora!

Es de madrugada, el corto trayecto entre el autobús y el área de servicio basta para helarte la sangre. Está desierta, el reloj marca las cuatro y media, dos camareras somnolientas manipulan la máquina de café, cansinas, contagiadas de nuestros lentos movimientos, aturdidos por las luces de neón. Noto su mirada clavada en mi nuca. No lo resisto más.

El baño está impecable, debe hacer horas que nadie pisa ese lugar. Abro el grifo, y juntando las manos hago un pequeño cuenco que lleno de agua para refrescarme la cara. Agacho la cabeza y al incorporarme está allí de nuevo, atravesándome con esos ojos inhumanos. Impávido, lo veo en el espejo, detrás de mí, espera pacientemente a que el terror se apodere de mí. Trato de huir hacia la puerta, pero ya es tarde para huir.

- ¡Es tarde para huir! ¡Tarde para arrepentirse, para engañarte, para cambiar! Paga tu precio, hijo de puta.

Con una fuerza sobrehumana me lanza contra el espejo, una brecha enorme se abre en mi frente y la sangre se derrama sobre mis ojos, me ciega. Arrastrándome por el suelo, tentando una oscuridad sanguinolenta, hago un último esfuerzo por escapar. Pero es inútil. Me agarra del pelo y golpea mi cabeza contra los azulejos; se oye un crujido estremecedor. Es el fin.

- Es el fin, bastardo deparavado. Se acabó tu juego de manipulador de mentes inocentes. Soy tu puta conciencia y vengo a acabar contigo. Basta de despedidas.

Veo su silueta en mi ceguera, un último sobresalto antes de expirar: me veo a mí mismo, con la cara desquiciada, empuñando un trozo de espejo afilado que atraviesa mi yugular.


. ************



- No lo sé, agente, al abrir la puerta ahí estaba, lanzándose contra la pared, completamente ensangrentado. Traté de acercarme a él, pero estaba empuñando algo que parecía un cuchillo, usted comprenderá...