19 enero 2006

Un año ya...


Es flaco, inacabado. Usa gafas, tiene alergia a miles de cosas y una piel de color cetrino que le da un aspecto de enfermo permanente. Su gesto es siempre el mismo, parece petrificado, sonrisa y cejas arqueadas, un brillo irónico tras esos cristales. Tiene carisma y lo sabe, sin embargo no hace ostentación, es paciente, te escucha condescendiente, entre arrogante y paternal.

La última vez que hablé con él estaba muy ilusionado, al fin le hacían un contrato indefinido en el astillero y, aunque lo había dejado con María (después de casi ocho años) parecía decidido a empezar una nueva vida, estaba buscando piso y todos esos rollos de renovación. Nos tomamos una caña en el Sherwood, yo le hablé de lo que me jodía cambiar de ciudad, él me escuchaba con ese rostro impasible, como de cura cabrón que cree anticiparse a tus pensamientos.

Lo dejé allí sentado leyendo el periódico, lo último que recuerdo de él fue un arqueamiento de cejas con un movimiento de cabeza de despedida y verle ensimismarse de nuevo en el periódico. De eso hace más de un año.

En el entierro María me dijo que la llamaba a todas horas pidiéndole otra oportunidad, empezar de cero, estaba destrozada y sintiéndose culpable. Traté de tranquilizarla como pude, a fin de cuentas fue un accidente y ni siquiera fue culpa suya.

Cuídate David.