31 enero 2006

CAIN



Me alimento de pequeños bocados de vidas inocentes. Lastimosas almas, mentes frágiles sobre las que tejo mi red mostrándome sereno. Las acerco a mí con sutiles artificios, alhajas de humo, hipnóticas palabras.... sienten su alma en comunión con la mía, fusión mágica que nunca han vivido, sin percibir que mi verdadero rostro asoma para primero ennegrecer y después devorar sus más recónditas inocencias. Cuando estoy saciado -el reposo del guerrero- me encierro en mí mismo a la espera de otra presa. Y los despojos de sus almas vuelven a sus cuerpos, sumidas en la confusión y el caos. No volverán a ser las mismas.


En venganza a mi castigo fratricida, destruyo toda muestra de mi verdugo en las almas que crea, artesano de ceguera, ceguera de mi envidia, envidia madre de mi instinto asesino. Vago errante, mi inmortalidad consume mi cordura pero no así mi hambre de destrucción espiritual... lo que me convierte en más salvaje, irracional, terrorífico, la frialdad de mi psicosis me hace insensible a sus estridentes súplicas, a sus alaridos que me imploran piedad; yacen inertes, exhaustas con su carne intacta y su espíritu herido de muerte.

Dolor constante, desnudo, frío, indolente